Vamos a ocupar la butaca con esa rara mezcla de culpabilidad y regocijo, que por lo visto, parece ser el sello común de todos los que llenamos el pequeño teatrito, ese atardecer. Afuera ha quedado la calle con su fluir de apuros necesarios y pagares vencidos y bancos que se cierran integrando el constante ritual de las cosas impostergables pero detenidas, ahora tras esa puerta y esa cortina. Todavía habrá un ultimo dilatar de minutos, antes d que el foco caiga sobre el telón naturalmente rojizo dos o tres bostezos difuminados aquí y allá; alguien que hojea la sexta para comprobar que debido al mal tiempo suspendió el partido; y ese mismo aire cómplice que, sin embargo, nos aísla, nos ageniza junto a alas butacas idénticas de idénticos deseos.
Pero ya la música deja escapar sus primeros trinos de blues y vemos como la luz cae lenta sobre la muchacha –una viuda esta vez-, que gira muy despacio hacia nosotros trayendo hasta la pasarela su sombría imagen de velos y satenes que poco a poco iban volando fatalmente, pero el consabido crecendo exasperante. Es justo reconocer que la chica conoce su oficio; los guantes han escapado dedo a dedo; luego la mano dibujara una nueva cadencia perdiéndose hacia atrás para bajar el cierre en un breve movimiento hasta que el vestido inicie su flojo descenso, en plena derrota. Ahora el filtro acaba de tornarse azul, mientras ella, desde la banqueta, encoge y estira una y otra pierna, terminando de desprender las suaves medias del porta ligas, la bella carita inexpresiva intentara un rictus pudoroso a la altura de los labios, antes de soltar el broche de corpiño, cuando sus manos pasen a abrir los senos para luego irse abriendo muy de apoco un nuevo encogerse, un avance mas hasta el borde del escenario, haciendo que el ombliguito reitere sus blandas contorsiones volviéndose despacio a desatar una a una las cintas que hará deslizar ese ultimo detalle. Una vez mas la luz de la sala y el telón que se cierra obligándonos a partir, a dejar esa butaca, con una melancolía inexplicable como si supiéramos en realidad la ceremonia no ha terminado, si no que recién va a concluir cuando detrás de las cortinas, un hombre canoso y de sonrisa triste tome a la muchacha en sus brazos para ir desenroscando morosamente su cabeza hasta colocarla junto con los brazos y las largas piernas que acaba de desenganchar, en la enorme caja de felpa roja.
♫un tipo de escena que trata sobre un titere♫
♫una chica en un prostibulo♫
♫una novela esrotica♫
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